domingo, 24 de enero de 2010

I

Se despertó suavemente, primero abrió los ojos, con una gran sonrisa. Había dormido increíblemente bien aquel día. Las sábanas la cubrían parte del cuerpo era suaves y moradas, se estiró con mucha dulzura mientras disfrutaba aún de la paz que la acontecía. Sacó primero una pierna con la gracilidad de una bailarina y luego otra, sintió en ese mismo momento el frío, como un azote en su tersa piel. Frotó sus muslos y luego distraída miraba por la ventana de su cuarto. Miraba el cielo, pues la abertura quedaba en el cabecero de su cama y desde allí, podía observar las hojas del árbol del patio mecerse por la brisa, un pajarillo en la rama que luchaba contra el frío hecho un auténtico pompón. Y más arriba, acogiéndoles una hermosa noche, despejada y hasta con estrellas, algo difícil en la ciudad. Respiró hondo disfrutando con la calidez de su despertar. Había pasado el verano y aunque hacía apenas dos días la temperatura de la calle era de 27 grados ahora, ya podría sacar sus jerseys de cuello vuelto y manga larga que tanto preciaba, pues la temperatura no llegaría a los 12. Así era el clima aquí, un calor insufrible y de repente tras una tormenta, llegaba el otoño en todo su apogeo. Era un sitio raro, diferente, pero donde había crecido al fin y al cabo.
Por fin se levantó tras media hora repostando en la cama cuando y sus piernas se quedaron frías por completo la joven creyó conveniente levantarse, podía sentir la ansiedad que llega con la interrupción de esos buenos momentos. Alguien la llamaría, seguro. Se levantó y caminó estaba sola en la casa y fue desnudándose hasta la ducha mientras se divertía tirando cada prenda al mismo punto del cuarto donde ahora brotaba una montaña.

Abrió el grifo de la ducha y reguló el agua a 38 grados, todo el baño se cubrió de vapor.
Envolvió su cuerpo con una toalla y se arregló con ropa de invierno mientras dejaba secar al aire su largo pelo rizado. Algunos decían que era negro pero sólo el castaño oscuro podría crear un rostro afilado y angelical. Fue a la cocina donde había dejado el teléfono el día anterior y justo cuando se preguntaba porqué tardaba tanto en recibir la llamada que había preconizado sonó el aparato. Agarró el auricular y abrió la nevera en busca del desayuno.

II

-¿Si?
- Buenas Lunas Ximena.
- Buenas Lunas. –Dijo sacando un plato del frigorífico.
-¿Cómo te encuentras? Seguro que te acabas de despertar ahora mismo.
- Ahora mismo no. Hace…- miró el reloj de la cocina y mintió – unos 53 minutos exactos.
-Ya…-dijo su interlocutor sin demasiada intención de creérselo pero avivó su voz y siguió hablando - Iba a llamarte antes pero surgió un imprevisto.
- Ya lo sabía.
- ¿Lo sabías?
Sonó sorprendido y Ximena recordó que no todo el mundo conocía el alcance de sus dones.
- ¿Querías algo?
- Si, oye podíamos quedar algún día, hace mucho que no nos vemos, y así ponernos al día.
- Claro, podíamos quedar algún día. Contestó despreocupada por la invitación, era la típica que siempre se hacía y luego nunca se llevaba acabo.
- Hoy estaría bien.

-¿ho-mpf- …
Se había atragantado con el cacho de pastel que estaba desayunado. Se golpeaba el pecho para logar que pasara por el esófago. Había sido tragarlo rápido o la muerte asfixiada.
-¿hoy? Preguntó con mucha exclamación mientras una lágrima se escapaba de sus ojos.
-Si, has dicho que quedásemos.
Ximena abrió mucho los ojos y empezó a gesticular en silencio sobre la desfachatez que tenía Omar de decir tal cosa.
-Venga, no tardes te espero en diez minutos en Arconte. No te retrases.
Pi-pi-pi-pi

Colgó.
Se separó del teléfono y lo alejó de si como si este fuera una bomba.
¿Pero qué había pasado? En fin, iría. Aunque llevase casi 5 meses sin aparecer por ahí, por motivos bastante…justificables. Terminaría de desayunar y se marcharía.
Hoy las conversaciones que tuviera serían peligrosas, se sentía como si de estar relajada en una playa hubiera venido un tsunami y la hubiera arrastrado océano adentro y los tiburones y demás fauna la rodeasen.