miércoles, 25 de marzo de 2009

El Autobús.




Con el corazón en un puño me dijiste que quedásemos. Hacia ya dos años que te conocía y nunca había visto una foto tuya, sin embargo, sabía como eras, porque estabas en mi mente. Castaña, morena, quizás de la misma altura que yo, pocos centímetros más. Ahora tenías el cabello liso, lo se, y largo, tu me dijiste que ya te había crecido que ya no estaba corto y rubio como antes. Castaño natural, también eres del color del café bombón. Unos labios carnosos, pero perfectos, encajaban en tu precioso rostro perfectamente.
Si, sin duda serías así, estoy segura. Tú ya me conocías, pero solo fue esta última vez, que viste una foto mía, en la que estaba poco agraciada “en verdad que eres hermosa” me dijiste, espero que sigas pensando eso mañana en la noche.

Dormí hasta tarde y tome una larga ducha al despertar. Caminé desnuda por la casa, -total mi compañera de piso es heterosexual y ni siquiera la importa mientras no toque sus cosas- las ventanas estaban abiertas y la brisa me traía un frescor a jazmín, las flores del jardín, siempre florecen de noche. La luz se estaba ocultando en el horizonte, aún se veía como un día nublado, pero pronto las farolas se encenderían y los transeúntes caminarían hacia sus casas a resguardarse de la noche.

Poco a poco me fui vistiendo, casi era rituálico, comencé eligiendo la ropa. Solo tomaríamos un café, o... ¿me llevarías a tomar algún trago? Puede que a algún club nocturno que te agradara, o tendrías miedo por mí y estaríamos en el pequeño estudio que habías alquilado. Demasiadas preguntas en mi cabeza. Primero me mire en el espejo interior del armario y luego la ropa. ¿Provocativa? ¿Casual? ¿Atrevida? ¿Quizás... zarrapastrosa...? Yo siempre iba zarrapastrosa, ir de otra manera seria fingir, y ella lo sabría pero, tampoco podía dejar que me viera de esa guisa. ¡Qué difícil! Vale, comienzo por la ropa interior, es más fácil, esa ya la había decidido el día anterior. El conjunto de intimissi, rojo a contraste con mi blanca piel, de encaje y culote. Mucho más sensual que un tanga. Botas las negras, nunca me las ponía pero quedarían bien si, y... la camiseta negra de lycra, de manga larga y un leve escote. Quiero algo que quede bien en la parte de abajo, ah, que diablos venga ¿tan mal iría así? Si, bueno, esta bien, andar semidesnuda por la calle no es decente. La falda burdeos de encaje. Todo listo.
El maquillaje, una sombra blanca y lápiz negro, y brillo en los labios rojo, al fin y al cabo... quiero ser tentadora.

No me llevo bolso porque prefiero no llevar nada, no se como irá la noche.

En el autobús comencé a morderme las uñas. Estaba mucho más nerviosa de lo que pensaba, los nervios me hacían temblar, las piernas no me respondían y en los labios no me quedaba carmín, no dejaba de mordérmelos. Tuve valor para bajar del autobús. Si había gente por la calle, era sábado y me cruzaba con grupos de jóvenes. Hasta que llegué a la plaza de la puerta del Sol, allí habíamos quedado, pero no sabía donde estarías, claro que después de tanto tiempo juntas sabía donde debía encontrarte en cuanto vislumbré el autobús de donaciones.

Y es que no eras tan caritativa como ellos pensaban, subí las escaleras y vi una mujer recostada encima de otra.

-Hola, Gabrielle. Te saludé

Tenías el cabello suelto, un pantalón vaquero ajustado a tu perfecto trasero torneado y una camiseta de tirantes granate, oscura como tu piel. Me deleitaba con la vista y el olor a sangre que inundaba el recinto, levantaste el rostro espaldas a mí, vi como te limpiabas con el brazo y te girabas. La sangre aun goteaba de la comisura de tus labios y caía hipnotizadora en las lindes de tu pecho, descubierto por el escote de la camiseta.
Me miraste con cuidado de abajo arriba, cual cazador desnudando tu presa, la sangre seguía cayendo y se escondía entre tus senos.
Eché una furtiva mirada al cuerpo del que se había alimentado. Miró después ella descarada se acercó hasta mí lenta y acompasadamente, el contorno de sus caderas y su figura de reloj de arena me devoraba la cordura. Puso su mano en mi cintura y se mordió el labio mientras olía mi cuello. Estaba tan cerca de mi...Sentí mi cuerpo arder en ese instante.
Se acercó aún más con todo su cuerpo, pegado a mi ya no había espacio entre ambas seguía observando mi cuello. Su aliento me hacía excitar y oleadas de calor me atravesaban.

-No te preocupes por ella Musa, ya está muerta.

Tiene una voz encantadora, sensual, profunda y pose un acento entre lo exótico y cantarín. Miraba al vacío intentando no parecer tan excitada como estaba pidiendo que el rubor de mis mejillas se disipara y que mi corazón dejara de cabalgar tan azoradamente. Sentía mis labios carnosos y enrojecidos me lamí suavemente sin perder la calma intentando que no se diera cuenta. Entonces caminó hacia la puerta del autobús y miró fuera, observé como la cerraba pulsando un botón del conductor y guardaba el cadáver en la cámara frigorífica. Yo la esperaba recelosa de moverme, no sabía que sentir era la primera vez que la veía, era tan intensa, tan fuerte y ágil en todos sus movimientos que yo solo me limitaba a observar como ocultaba nuestra presencia al resto en un descampado a las afueras de la ciudad.

-¿Musa? Y me paralizaba que mi nombre saliera de tus labios.

Me exalté con su llamada, estaba de nuevo tan cerca de mí, a mi espalda, volvió a posar su mano sobre mi cintura, pero tocó la tela de mi falta, jugueteando con los bordes y la otra también la posó. Poco a poco sentía la mano libre subir mi costado. Comenzó a rozar mi pierna muy despacio acariciaba mi muslo con su mano, luego con las uñas delicadamente subiste un poco mi falda hasta que desapareció entre mis piernas. Seguía sintiéndola más que antes, cuando comenzaste a rozar mi parte intima por encima de la braguita, arriba y abajo con más fuerza. No podía evitar respirar tan aceleradamente, la excitación aumentó cuando la otra mano agarró mi pecho con fuerza y su tacto me hizo endurecer los pezones. Agarré tu mano con fuerza y agitada, y entre las dos nos despojamos de la falda y el culotte. Sentía el ardor de mi entrepierna y la fiereza de tus gestos, como me recorres, aprietas cada curva de mi cuerpo y yo me estremecía tanto que te aferré las manos a mi pecho y te obligué a asirlo, exprimirlo, manejarlo quería sentir tus manos en mis senos, acariciándolos y tener tus labios besando mi pecho torturándome sintiendo tu calor. Acaricias mi pecho, subes poseyéndome hasta el cuello que acaricias y retirándome el cabello lo besas con una dulzura que me extraña en ti, subes aún más hasta mis labios que te desean. Introduces dos dedos dentro de mi boca y comienzas a juguetear con mi lengua, humedeciéndotelos. Te muerdo. Chupo con intensidad el líquido que sale de ellos, tú gimes entre el dolor y placer pero después me dedicas una carcajada. Sigues apretando tu cuerpo y el mío y siendo tus pechos y tu cadera clavándose en mí, queriendo atravesándome. Guío tu mano a mi entrepierna de nuevo rozo con ella mi pequeño triángulo, pero te zafas y ahora bajas un poco más el roce es más largo, mucho más intenso estoy húmeda por ti. Deslizas tus dedos en mi interior, y comienzas a subir y bajar dentro de mí, masturbándome, tocas mi clítoris en círculos lo acaricias cada vez con más intensidad. Y yo loca, gimo y me retuerzo, me aferro a tus manos para no caer pero cada vez las olas de placer aumentan de intensidad. Sigo apretándome a ti, rozándome. Mi pulsación se acelera, mis sentidos están más vivos que nunca y siento tu pecho acompasando el mío y, de nuevo otra oleada de placer sube por todo mi cuerpo. Sueltas mi pecho y afanas mi cadera empujándome con una mano y con la otra torturándome con un vaivén de éxtasis con golpes de goce. Deleitándome con cada roce, con tus acertadas caricias llego finalmente al culmen de mis sentidos embriagados por el éxtasis.

Empotradas contra una de las mesas, me sujetabas a cuatro patas mientras que estabas aún detrás de mí. Entonces lentamente sentí tus pechos apoyarse en mi espalda y el calor de tu vagina en mi trasero, tu aliento se hizo más intenso en mi nuca y sentí la presión que penetraba en mi cuello tan intenso y doloroso como dos agujas, mi propia sangre corría por todo mi cuerpo y me bañaba en suculento almizcle. Rajaste mi camiseta con la mano que tenías en mi espalda y rompiste el sujetador emitiendo un ruido de fiereza.

-Quiero poseerte. Ábrete para mí.

Musa.

Laura prisionera.


Laura prisionera.


Con mi pelo negro recogido en un moño estricto, mi rostro maquillado con unos ojos negros profundos y mi barbilla siempre bien alta, orgullosa, fuerte son mis gestos, y solo un mechón de cabello me cubre el rostro. Llevo la camisa favorita de mi novio, me pone follarte sabiendo que él no sabe nada...es la excitación de engañarle con mi amante secreto, ser mala, mi camisa es roja pasión, rojo intenso como la sangre que corre por mis venas. Mi escote está alzado por una camiseta apretada de lycra negra y no deja nada, absolutamente nada a la imaginación, toda mi talla 100 se ve. Pero no creas que acaba aquí porque llevo una minifalda bien ceñida, ajustada a mi trasero, redondo y firme, preparado para que me lo agarres bien fuerte...Si puedes quitar los ojos de mi triangulo, desliza la mirada y sáciate con el ligero, y mis largas piernas, con los tacones más largos y finos que hayas visto, de color rojos como las putas, porque nosotras las mujeres somos las perras, tenemos el poder, somos perras, las putas...
Sabes... siempre me lo quise hacer en una morgue. Aunque ahora estamos en un calabozo.
Cuando te desate quiero que hagas todo lo que te diga ¿si? O te castigaré duramente.

“Vos... sos un Ángel... pero yo querida mía, soy una vampira sedienta de ti.”
Saque mi larga, poderosa y entrenada lengua y la enseñé cómo metérsela.
Aún estaba agarr
ada por las muñecas, encadenada y presa de sus sentidos. La acariciaba con un profundo y mojado beso. Mordí su labio y di un gran lametazo calentón. Bajo ahora a tus grandes pechos, y te pellizco los pezones, los meneo y los rozo poniéndolos duros y deseosos, zigzagueo con mi lengua por tus aureolas pero me da hambre. Y chupo una y otra vez como un bebe tus pezones... juego con mi lengua repasando tu dureza esta calentita, tierna, deseosa. Te absorbo tan fuerte como si fuera ha hacerte un chupetón, sientes tu sangre y todo el ardor los latidos de tu pecho me excitan, con cada lamida, de nuevo lamo tus aureolas y te doy un estrujón. Gritas de placer un placer que llega al borde del dolor, lo asoma y lo siente casi sin decernir la realidad. Y te muerdo ese suculento y gran seno. Mis labios te queman, y chorrea la sangre caliente y con vida, sientes como te chupo y tu vagina mojada comienza a cobrar vida reclamando su parte, tensando el músculo quieres que baje. Gritas para que lo haga. Y yo, obediente lo hago, dejo tu aún chorreante pecho para bajar a tu sinuosa pelvis que baila procurando el roce de tu propia vagina y así llegar al clímax, pero no puedes sola y me incitas.
Notas como mi codo abre tus piernas más que dispuestas a dejarme, una línea blanca se asoma entre tus labios me provoca, es tu génesis, entonces te chupo con
un gran lametazo.
Mmm... Tu sabor me excita. No... No voy a darte lo que deseas. ¿Te crees que es tan fácil gatita? Aquí tengo un juguetito. Es un pene de goma. ¿Te gusta? Es grande, duro y desde ahora tu instrumento de tortura. Se llama Altair y es tu señor. ¿Vas a portarte bien gatita? ¿Si?
No dejo que contestes, porque te meto esa polla en la boca, te resistes y pones esa cara de ahogo pero te relajas cuando comienzo a moverla lentamente. Tranquilízate gatita. Comienzas a lamerla a chuparla y poco a poco te la comes entera. Pones cara de placer, lo disfrutas como la perra cachonda que eres.





Musa

viernes, 20 de marzo de 2009

Licántropo vs. Vampira

Licántropo vs. Vampira


Anoche volví a verle, era el hombre más astuto del mundo, su fuerza física y sus reflejos me dejaban perpleja. Me volvió a salvar la vida, otra vez. Teníamos una relación extraña, ante todos... le escupía cuando me hablaba y desechaba todo pensamiento hermoso hacia él. En verdad nunca fui humilde y que él tuviera tanta fortaleza como yo y,... que incluso me superase... era algo que me hacía sentir rencor. Repulsión, envidia. Todo era mostrado en esas situaciones en las que me salvaba, sabiendo que yo no se lo agradecería nunca. Sabiendo que seguía siendo su dueña y que, humilde y agradecido, sus ojos se sometían ante mi voluntad.

Cayeron tres noches antes de que el cielo cegara el mundo.
Y ahí estabas tú.

Desnudo frente a mi cama, deshice mil pensamientos en un segundo.
Estabas ansioso, tanteabas mis movimientos, si hubiera pasado un instante más... habrías saltado sobre mí.

Me provocabas una irrefrenable excitación.
No tenía duda, quería tenerte entre mis piernas. Te miraba altiva, como hacía siempre. Escrutaba tu cuerpo, esculpido en mármol, tus músculos, nerviosos se tensaban. Agarrabas la sabana mirándome fiero. Tu mirada era oscura, mortal. Nunca tuviste un rostro suave, esta noche parecías el ángel de la muerte que venía a ejecutar su venganza. Temí el abismo de tus ojos. Temblé ante la consciencia de mis propios actos. ¿Qué me harías? ¿Cuan duro sería mi castigo? Pero firme caminé hacia ti, sin doblegarme.


Me gruñiste como advertencia y paré, si, admito que estoy asustada. Temerosa ante tu presencia. Pero en cierto modo mi propio orgullo me impide dar media vuelta.
El orgullo siempre se interponía entre nosotros. Cada vez... cada hora... cada intento...
El orgullo, el odio, el rencor, las vilezas de las pasadas horas, “Maior maiorem”, esa frase había crecido con nosotros. “Las enseñanzas de los mayores” Aquellas que habían calado en nosotros diciendo que éramos enemigos naturales, uno contra el otro. Eternamente separados.

Pero me negaba a que fuera así. Tu tacto era el único que quería sentir. Tus besos, tus embestidas.
Levanté un pié del suelo, lo posé etéreo. Después el otro.

-Ven a mí.

Tu voz... había cambiado, era firme y serena. El eco de tus palabras me atravesó. Gobernada por un instinto de complacencia me acerqué al borde de tu lecho. Extendí la mano impulsada por la incertidumbre puse todos mis sentidos en el tacto.
Antes de llegar a ti sentí el súbito calor que emanaba tu cuerpo, roce tu piel.
Mi mirada, en la que asomaba un punto de intriga, me delató.
-Dime amor mío, ¿Qué sucede? Me preguntaste. De nuevo con esa tempestuosa voz, que junto con el almizcle del aire me hacía sentir mareada, seducida inconsciente de mis propios actos, embrujada por algún conjuro extraño.
Alcé la vista, estabas más cerca de mí. Con la otra pierna doblada, tus brazos habían soltado la sábana y apresaron los míos con la misma firmeza con la que blandes la espada. Seguí tus brazos con la mirada, olvidé tu cuello por completo y me paré en tu mirada, tan limpia y sincera, todo el rastro salvaje había desaparecido, si no fuera porque seguías siendo un animal salvaje semidomesticado bajo mi mando, desnudo, atractivo, poderoso y eficaz máquina de matar. Tan asustadizo conmigo como firme.

- Me sorprendió que no fuera tan áspera como la de un guerrero.

Tu rostro estaba tan cerca del mío que sentí tu aliento rozar mis labios al hablar.

- ¿Sigues queriendo hacer esto? ¿Estar conmigo?

Te amaba pero seguía teniendo miedo, miedo de todo, de ti, de mí, de la caída de un castillo de naipes mal formado. De llorar tu muerte por la mañana de un desgarrador día que ambos sabíamos que llegaría en algún momento no muy lejano.

Con temor en el rostro zarandeándolo de un lado a otro y con medio suspiro entrecortado te respondo...


- Si, estoy contigo.

No hubo falta decir más. Agarraste mis vestiduras y me despojaste de ellas. Una a una las armas de guerrero, el cuero de la armadura...

Lo último que cayó fue la camisa de lino blanca. Qué salió volando en un fuerte viento del este que abrió la ventana, dejando una vista de espectacular de la noche.
El abrir de la ventana por viento nos hubo sobresaltado, ante el pavor de vernos acorralados por un enemigo en común, lo llamábamos: el resto del mundo.

Sentí tu mano, tan sucia por el duro trabajo que me manchó el rostro al agarrarme. Me obligaste a mirarte nuevamente. Y tras sonreír un instante alzaste tus labios contra los míos. Me apresaste con tus labios devorándome en una ardiente danza de lenguas. Abría con amplitud mi boca, llevada por el deseo y el apetito voraz que me enloquecía.
Tan solo deseaba sentir nuevamente tus mullidos labios. Y te los mordí sin poder evitarlo, durante un segundo me cegó la pasión. Rápido me liberaste de aquella locura separándome de ti.
Pero quería más. Toqué tu rostro áspero cubierto por una barba, no pude morderte el cuello, ni siquiera era suculento, no era como a los otros... no quería alimentarme de ti, era... diferente. Sólo me interesaba besarte.
Regué con besos suaves y lentos, apasionados y salvajes todo tu pecho. Lamí tu abdomen, saboreando tu mismo sudor. Dejando un rastro de húmedos lametones, abría la boca sacaba mi lengua y te lamía notando toda tu musculatura. Saboreando cada segundo tu cuerpo. Una mezcla de suciedad y sudor, pero qué importaba el amargor. Más dulce era tu boca. Subí de nuevo y pedí mi néctar, en un profundo beso sentí mi lengua con la tuya de nuevo, y en un segundo me alzaste con tu fuerza, noté tus manos en mis posaderas, apretabas una y la otra deleitándote con mi carne. Me posaste sobre ti.
Abriste mis muslos y me coloqué encima de tu cadera. Sentía tu poderosa erección. Ese bulto que me tocaba, ardía entre mis piernas. Comencé a rozarme contra él, provocándote. No paraba de mirar tu rostro, te mordías el labio, jadeabas ansioso, levantabas los brazos sin saber qué hacer con la locura que venía. Sólo deseabas entra en mí. Me sentía húmeda y notaba cómo mi corazón cabalgaba cientos de veces por segundo, regaban mis venas mi poder...mis ojos cambiaron, no lo podía controlar, quería entrar en éxtasis, te quería a ti.
Quería que me penetraras ya. No aguantaste más, me acercaste a ti, metiste tu mano en mi entrepierna, mojándote nos lubricaste a los dos. Y sentí cómo entrabas en mí.
Al principio costó, tu miembro estaba más hinchado de lo normal, la punta entró en mí con facilidad sin ningún esfuerzo, tanto que pensé en que fuera de otra condición. Pero empujaste dentro de mí aquel varonil instrumento. Y me abriste más de lo que podía. Me dolió e hinqué mis uñas en tu pecho. Y gruñiste rabioso, empujaste más fuerte.
Ya habías hundido tu espada en mí.
Cabalgaría sobre ti y que te hundirías dentro, muy profundo.
Fue brutal, sentir el calor de tu cuerpo, el latir de tu corazón, las envestidas más frecuentes ¡más fuertes!, más salvajes y simples sin adornos ni caricias, solo envestidas de un salvaje licántropo. Me dolía el tamaño de tu miembro entrando cada vez más fuerte en mí, hasta que sobrepasé el límite de dolor y sólo sentía placer. Llegabas más dentro de lo que nadie hizo nunca, complacías todo mi cuerpo.
El calor que entraba un vez y otra dentro de mi me hacia lujuriosa y voraz.
Quería más, mucho más. Una y otra vez, más fuerte, apretando, estrujando las paredes de mi vagina te hacía tensar todo tu hercúleo cuerpo.
Mi cadera hacía círculos subiendo y bajando me inclinaba, y girando y retorciendo hacía casi imposible no llegar.
Después de torturarnos el uno al otro con amagos y ráfagas de placer, de esas que hace que tu cuerpo se encoja y pida más y más, llegamos al clímax.
Nuestros pechos se hinchaban a la vez por respiraciones agitadas, un segundo después golpeaste la envestida final, donde tu cuerpo y el mío estallaron en un desequilibrio sexual, el culmen del acto llegó.

Si, lo haríamos toda la noche... me levanté con las piernas temblando, muy despacio sintiendo de nuevo cómo salías de mí.

Me alejé estando apenas sostenida por mis muslos de rodillas. Te miraba sonriente, mordiendo mis propios labios por el placer de haberte sentido dentro.
No te quedaste quieto, en el último momento me habías soltado, apartado la vista de mí, mirando al techo y extendido los brazos en cruz, perdido por el placer. Me sonreíste amplia y sinceramente. Y tan rápido como alzaste la cabeza te lanzaste hacia mí con una agilidad desafiante, me llenaste la boca de besos.
-Si ni siquiera...
-Tchs... Me callaste metiendo tu lengua en mi boca mientras quería hablarte. Lamiste mi lengua y te apoderaste de mi boca. Te giraste mientras mirabas mi cuerpo, era blanquecino y frío, aunque a tu lado se volviera caliente y ansioso, era un arma de matar, ambos teníamos las manos manchadas de sangre... Un juego entre cazadores. Rodeaste mi cuerpo con tu brazo derecho, tu fuerte mano apresó mi pecho, apretándolo una y otra vez, mis pezones endurecidos ardían. Jugaste con ellos. Restregaste contra mi cuerpo el tuyo, sentí tu fuerza atropellándome, el vello de tu pecho en mi espalda, pero no tu cadera, eso aún no. Respirabas tras de mí y tu aliento me acongojaba, chocaba en mi nuca y cuanto más te acercabas más cerca lo sentía. Con tu cabeza empujabas la mía, apartabas mi cabello y volvías a provocarme oliendo mi piel. Todo mi aroma te endulzaba. Tus manos saciaban su apetito con mi cuerpo, navegando por él a placer. Apretabas mi trasero, te hundías en mis más profundas intimidades o como en este mismo instante, hacías de sujetador para mis pechos, trayéndome hasta ti de golpe. Suculento. Y haciéndome sentir el bulto de tu entre pierna, hinchado, portentoso, en mi trasero. Tus manos que se quedaron quietas yendo hacia la espalda me empujaron súbitamente contra la cama. Tú viniste detrás. Apresándome sin dejar brisa alguna entre nuestros cuerpos. Mordiste varias veces mi hombro, era señal de dominación. Aunque no me gustaba me hacía sentir bien bajo tu mano. Abrí las piernas y me penetraste.
Entraste en mí y empujabas, subiéndome cada vez más arriba de la cama. Con tanta fuerza que me volvió ha doler. Mientras escuchaba cómo tu respiración se agitaba, mi pecho oprimido contra las sábanas, tu mano en uno guardándolo celosamente, y la otra en mi hombro procurando mantenerme quieta, mientras desahogabas tus primitivos instintos.
Desde los pies de la cama hasta la misma almohada me llevaste a golpes, notando tu cuerpo y el mío tan unidos que se cortaba mi respiración. Levanté mi cadera dejando mi trasero curvo y lo aprovechaste penetrándome aún más adentro. Libertaste mi hombro y descendiste apretando con fuerza y mintiendo mi cuerpo para frotar mi sexo por fuera mientras seguías dentro de mí. Alzaba el rostro para respirar sintiendo tus mordiscos en mi espalda, en una mezcla de dolor agudo e intenso placer. Apoyé mi mano siniestra contra la pared y comencé a buscar también la fuerza para empujar hacia mi amado.
Los orgasmos se sucedían uno al otro, la mayoría de veces ambos llegábamos a la vez. Conté hasta seis, después, dejé de contar. Sus abrazos seguían siendo tan intensos que me sentía segura. Sus brazos tan fuertes. Su mirada tan arrebatadora. Sus sentimientos tan sinceros... tan seguro de sí mismo... tan salvaje y primitivo, que no podía dejar de sentirme húmeda ni de cabalgarle.


Musa.

jueves, 19 de marzo de 2009

Pálpame




Pálpame


Deseo lamer todo tu cuerpo y que mis manos
jueguen con tu placer. Miro tus ojos y siento un
profundo ardor dentro de mi pecho y me pregunto
si tus frías manos podrán parar las ascuas,
entonces rozas mis senos y como un escalofrío
recorre todo mi cuerpo hasta mis pezones
corneados. Me abrazan tus sentidos y me desgarra
el perturbado equilibrio entre tu cuerpo y el mió.
Me faltan horas para aliviar todo este sentir, me
faltan vidas para querer de esta habitación salir.
Arañas mi cuerpo con esbozos de tus miradas
como látigos desgarrando mis sentidos,
desencadenan mis ímpetus y en arrebatos obligo a
tu cuerpo no poder moverse de mí. Repaso con el
filo de mi húmeda lengua las zonas oscuras de tu
cuerpo y te sobresaltas por no concebir que una
cara tan dulce pueda provocarte tal desenfreno.
Chupo, lametón, caricia y una risita cantarina –j i
ji-, pronto te aferras a la mesa con todas tus
fuerzas y con todo tu cuerpo en tensión llegas al
éxtasis; donde todos tus músculos todos tus deseos
se vuelven vacíos y solo puedes apreciar mi sentir,
mi voz, mis caricias y mi cuerpo bailándole al tuyo
una danza de dos. Cómo tu voz no puede salir y
cómo te fundes a la idea de volver a comenzar.

A.E.

Huellas

Huellas 12/09/2007

Unas botas aplastaban el pavimento a cada paso, con fiereza una mujer caminaba hasta lo que sería el fin de su condena. Me dirijo calle abajo, mi nombre es Feline, aunque este no es mi verdadero nombre, ni esta mi verdadera vida. Llevo cinco años buscando a un indeseable hombre con el que tuve relaciones una noche, y desde entonces, no recuerdo nada de mi anterior vida, no se donde nací, ni cual es mi verdadero nombre y no tengo recuerdos de mi infancia, ni de mis padres. Gracias a unos amigos le he estado buscando por media Europa, cada vez que yo llegaba a París, Praga, Edimburgo, Barcelona o Madrid, él ya había desaparecido, no dejando casi rastro de su paradero.
Su rostro ha estado en mis sueños desde entonces, con imágenes locas he recordado miles de veces cada noche aquél instante y solo espero encontrarle y volver a recordarlo Todo.
Y esta vez se que es la definitiva, le llevo ventaja por primera vez en todos estos años, se que le pillaré desprevenido. Al fin ante mí se alzaba el portal donde esporádicamente se había establecido. Llamé a la puerta, tenía una estrategia, me abrió un hombre con el cabello negro y corto, era él, estaba despeinado y sus ojos verdes entrecerrados por el sueño. Su cuerpo casi desnudo, arrastraba la sabana. Una mano colocada sujetando la puerta… y la otra atrapando la sabana entre sus dedos, jugueteaba tímidamente con los rizos negros que asomaban en su entrepierna.
Al ver la bella cara de la mujer morena y mi cuerpo cargado de curvas, se le abrieron los ojos de repente y me preguntó que es lo que quería. Sin mediar palabra pasé dentro mientras él se quedaba petrificado ante tal actuación.
-Perdona estoy buscando a mi tía, me dijeron que la encontraría aquí-por supuesto no había ninguna tía, simplemente me había enterado de que la mujer de la limpieza aquel día tenía libre.
-¿Tu tía? ¿Caroline? Hoy es su día libre, además de ser las diez de la noche- dijo con tono de reprimenda, pero intrigado por saber más sobre la joven.
-¿No está en casa?-dije simulando sorpresa. Me acerqué al salón y me senté en el sofá- Vengo de un largo viaje…si no está ella no tengo donde quedarme…-Me puse las manos en la cara y fingí sollozar. Él cerró la puerta y se sentó a mi lado para pasarme la mano por detrás, pero dio un respingo al notar que la sabana libre bajaba por sus piernas y volvió a taparse, ocultando de nuevo sus intimidades. Yo aproveché aquel momento para apoyarme sobre su pecho cual niña indefensa y le eché una mirada lasciva mientras le pedía si me podía quedar en su casa.
Con sus manos casi me había tumbado en el sofá y esa mirada despertó el deseo por la mujer que se me insinuaba. Sus voluptuosos senos tocaban mi pecho, cada segundo que pasaba aumentaba el ardor de mi entrepierna. Me desquite de ella por si me causaba algún problema
-Aún puedes quedarte aquí, siéntete como en tu casa, tu habitación es la de al lado, hay comida en la nevera. Me vuelvo a la cama.
Acababa de caer en mi anzuelo. Me fui directa a la cocina, abrí la nevera y encontré un bote de nata. Justo como lo había planeado. Fui agitándola mientras iba a su habitación. Su esencia flotaba aún en el aire, una mezcla de feromonas y humedad. Abrí la puerta y con paso decidido puse la nata sobre la mesilla. Me desabroche la camisa comprobando que sus ojos se habían clavado sobre mí y con un baile sensual terminé de quitarme la ropa que llevaba, tenía unas braguitas de satén rosa ocultando mi parte más íntima. Me senté en su cintura, sacó las manos de la cama y me agarró los muslos.
- Pero que ha…
-shh…- Le tapé la boca con un dedo, que siguió bajando para despertarle, si es que aún quedaba algo de su cuerpo dormido. Cogí la nata y tracé una línea desde mis minúsculas braguitas subiendo entre mis senos llegando a los labios.
Era hermosa, ninguna mujer que hubiera compartido su lecho lo había sido tanto, provocativa y directa, me ponía a cien. La tumbé en la cama y me dejé llevar por lo que quería que hiciese, la lamí recorriendo el camino que me había marcado. Me paré en sus senos, mientras que me deleitaba trazando círculos con mi húmeda lengua sobre la aureola de su pezón. Me llenaba la boca con sus suculentos pechos, sus gemidos creaban melodía en mis oídos, me excitaba aún más. Levanté la cara para ver el rostro de placer de ella, quería poseerla, agarré su seno con mi mano y soplé finamente su pezón erguido. Se estremeció con un escalofrío y seguí subiendo por su cuello con dulces besos, hasta llegar a su boca.
Frotaba su cadera con mi entrepierna, y la fricción me mataba de gusto, sentía la imperiosa necesidad de tomarla entre mis brazos y hacerla mía. Bajé mi mano hasta su sexo y lo rocé por encima de las braguitas, “no puedes estar con esto toda la vida” pensé y se deslizaron por sus largas piernas. Un inesperado movimiento de éstas que se entrelazaron con las mías y me hizo tumbar debajo suya, agarró mis muñecas con una sola mano y las colocó por encima de mi cabeza. Con la otra jugaba sobre mi piel, me desesperaba la manera que tenía de hacerme esperar… mis labios, mi cuello, ninguna parte de mi cuerpo escapaba a sus caricias. Llegó al ombligo y jugó aún más con mi bello y por fin bajó… mi entrepierna ardía bajo sus caricias, luego guió mi miembro hasta su húmeda cavidad. Se me escapó un gemido y la habitación desapareció, solo existíamos los dos bajo el vaivén de un compás que solo encontrabas en nuestras mentes, sus caderas apretaban las mías y cuando creía que iba a parar empezó a moverla en círculos facilitando aún más la penetración de mi miembro y un mayor placer… para ambos.
Mi venganza se estaba llevando a cabo, con mayor goce de lo que me había esperado, aunque hacer el amor siempre había sido mi predilección. Notaba como él comenzaba a sucumbir ante el placer así que hice mis movimientos más rápidos. Oleadas de placer irrumpían mis pensamientos, y solo veía imágenes... su rostro y sus manos sujetándome, haciéndome el amor, tocándome como nadie, arqueó la espalda y llegamos al éxtasis... Sus gemidos aceleraron y mi mente se nubló.
Empezaba a recordar todo mientras que los dos extasiados gemíamos a la par, alcanzando el punto culmen del goce carnal.
Recordaba mis amigos, mi familia, mis etapas de la vida, mi colegio, mi casa, absolutamente todo volvió a mi mente. Y por primera vez en años me sentía verdaderamente feliz.

Ojo de Gato y Musa.

martes, 3 de marzo de 2009

1er Relato: "Masturbación"

Y aquí estoy intentando llevarme bien con el blog, porque Phyran aun no me ha enseñado cómo se uitiliza esto.


Pues bien, dicho esto.... doy por comenzado el blog con este primer relato. Qué decir que por favor, si se copia, avisad, que no cuesta tanto y si tanto te interesa, realmente estamos aquí para complacer tu inquietud.








Masturbación





Masturbación



Se masturbaba desde los 6 años cuando una niña algo mayor que ella quiso probar su cosita, entonces comenzó su aventura con el sexo. Ella no recordaba que pasó, era demasiado pequeña y su mente al parecer solo mostraba su entusiasmo ante la parte positiva de la acción. Desde entonces cada vez que sentía estrés o que su cuerpo se elevaba de temperatura, había acudido a esa saludable práctica. A veces lo hacía antes de dormir y otras solo cuando no tenía nada que hacer, sin duda lo consideraba una afición como cualquier otra, solo que ésta siempre la proporcionaba placer.
Diana estaba sola en su casa, había llegado de trabajar, era verano y no aguantaba estar sin hacer nada. Se sentó en el sofá y pronto comenzó a escuchar nada más que las chicharras del jardín. Se levantó y cerró la ventana, la desquiciaban esos animalejos y sus ruiditos. Volvió a sentarse y miró las ventanas, la luz entraba por doquier, normal, eran las tres de la tarde del verano más caluroso que había padecido Andalucía. Y su sofá la atrapaba, eran de esos que daban un calor insoportable, suaves y acolchados. Se deslizó dejando medio trasero fuera, totalmente atrapada por la comodidad de los cojines. Entonces miró la hora, ya habían pasado hora y media desde que llegó, y ella sin hacer nada. Suspiró, se acariciaba su melena morena posada sobre sus pechos y pasados estos seguía cayendo hasta la cadera. Su ropa la asfixiaba, estaba sudando, completamente mojada por el sudor, La camisa se transparentaba, se desabrochó dos botones dejando el sujetador sugerente y visible. De su cuello caía una gota, resbalando por el pecho y por su suave piel bronceada. La falda de tubo con la que iba a trabajar la agobiaba, el forro se había adherido a sus piernas y se sentía incómoda con ese amasijo de ropa. Giró su cadera, llevó sus lánguidas manos a ella, con cuidado agarró la cremallera y poco a poco comenzó a bajarla, pestaña a pestaña teniendo cuidado con no romper el forro de dentro al pillarlo. Lo desabrochó por completo y se quitó la falda, deslizándola por las piernas muy despacio pues el forro estaba visiblemente mojado. La camisa se desabrochó sola con el movimiento y se abrió dejando su cuerpo semidesnudo. Solo su ropa interior la cubría y decidió quitarse la camisa. Se levantó con dificultad del cómodo asiento, agarró la ropa para después dejarla encima de su cama bien colocada.
Caminó con su escueta ropa y sus tocones altos por el pasillo, al final de éste había otra habitación. Anduvo y entró en ella, pensando en coger algún DvD con el que entretenerse. Rebuscó en la estantería entre los muchos CD pirata encontró uno “Hell boy”. No la había visto cogió el CD y volvió al salón. Lo puso y se tumbó en el sofá nuevamente. La película empezaba con el título “Hell boy”. Entonces aparecía un hombre en una habitación, con las paredes en un holograma de fuego, él estaba recubierto con pintura roja como los demonios, y al miarle la extrañó algo. Su entrepierna estaba eréctil, estaba totalmente desnudo y dejaba ver su miembro de gran dimensión totalmente rígido y firme. Su única vestimenta era una diadema con unos cuernos en lo alto. Entonces el joven habló.
- Nadie en este mundo puedes confiar, Ni en un hombre, ni en una mujer. Confía en mí y en tus sentidos. Alargó la mano hacia ella invitándola a entrar en el juego.

Esa voz la sonaba, se acercó a la televisión y le vio. Era su compañero de piso. No se lo podía creer ¿Era actor porno? Bueno, eso pinta de ser casero no era, ¡vaya! Que sorpresa...-se quedó absorta en su miembro- más grata. Se lamió los labios y se mordió el labio de abajo, que pronto comenzó a calentarse.
Volvió a tumbarse en el cómodo asiento y siguió viendo la película. Aparecía una mujer, y agarraba su mano. Entonces miraba su miembro con una pícara y ansiosa mirada. Y él le guió hasta su varonil instrumento. La actriz vestida con un angosto traje de látex, rojo pasión como sus labios, comenzó a dar lametazos sueltos y pronto la dirigió hacia su boca la introdujo dentro y a causarle placer.
- Sigue así,...sí. – Sonaba su voz con cierto jadeo y mimo -Mama del tridente de tu maestro, complácele...

Eso la ponía caliente a Diana, y su temperatura ascendió comenzando a sudar aún más, y se sintió mojada, no podía controlarlo, su respiración se agitaba sin control. Sus pechos se hinchaban y sentía que sus pezones estaban erectos. No podía creer que su compañero de piso estuviera haciendo eso. Siguió mirando la felación e incontroladamente sacó su lengua y dio un lascivo lametazo al aire. Ella también quería probarla. Aferró su pecho izquierdo con la mano lo apretó varias veces, la encantaba hacerse eso. Sentirlo blandito y turgente en su mano, tan... voluptuoso. Sentía su corazón palpitando, tenía unos grandes pechos y se desbordaba de su mano, el duro pezón quedó entre dos dedos y jugueteó con él un segundo, lo pellizcó suavemente, de nuevo lo acarició de arriba abajo poniéndolo más rígido aún. Siguieron sus caricias por la aureola en círculos más grandes cada vez y llegó a su canalillo, tan caliente y sudoroso.
Seguía mirando la película, estaban en el suelo ahora y jugaban con unos grilletes, la apresó con ellos los brazos, abría sus piernas con una sonrisa maliciosa. Su mano agarró bien el trasero de la diablesa y ésta quiso morderle. Lo harían como dos violentos demonios. Ella cruzó las piernas detrás de su cadera y él comenzó a penetrarla.

La mano de Diana quería saciar su ansia, bajo por su tenso abdomen y cruzó las gomitas de su braga. Ignoró sus rizos morenos que asomaban por fuera de estas y comenzó acariciar sus labios. Tenía que lubricarlos y descendió descubriendo lo mojada que estaba. Introdujo dos dedos dentro de la abertura y los bañó con el líquido, volviendo a lubricarse con ellos los labios interiores. Se los acariciaba en suaves círculos con mayor intensidad cada vez.

El vaivén de las caderas de ese hombre la volvía loca y seguía mordiéndose el labio hasta hacerse sangre. La fiereza del impulso que daba, los jadeos que salían de sus labios...Todo la envolvía en querer tenerle entre sus piernas.
Fijó su mirada en su miembro trabajando intensamente la abertura de la mujer, y en el vaivén de caderas...

Abrió un poco sus piernas, quería sentirle dentro de él fuera como fuese. Introdujo sus dedos dentro de sí misma, y siguió el mismo compás que él una y otra vez, una y otra vez.

Tan absorta en la pantalla que no sabía que el tiempo había pasado y que su compañero Michael, había llegado a casa, y entrado en la habitación.

-¿Te gusta? La preguntó.

Alzó la mirada y sobre ella quedaba la cabeza de Michael, con la misma mirada que en la película.
Sacó veloz la mano de sí misma, aún mojada. El silencio se hizo rígido solo cuestionado por los jadeos que Michael escuchaba de sí mismo y de la otra mujer, saliendo de la pantalla en estéreo y resonando por toda la habitación. Diana se puso colorada y él la seguía mirando. Michael dejó sus cosas en el suelo y se sentó a su lado, en el sofá.
-Por mí no te cortes. La sonrió. – De hecho...
Se colocó al final de sus pies viendo el magnífico paisaje de la chica masturbándose. Y comenzó a acariciarla el interior del gemelo, subiendo hacia al muslo, subía y baja otra vez. A una mano la siguió otra y notó el joven como estaba de deseosa, tenía los pechos fuera del sujetador y acalorada, sudaba por todo el cuerpo, su olor era excitante mezcla de jazmín y su propio olor, le encantaba ese aroma. Tenía la piel igual de húmeda que ella y era más suave que la seda.

Diana sentía como Michael la estaba tocando, mientras la miraba desde aquella posición, sentía vergüenza pero nunca había estado tan excitada por aquello, sentía sus poderosas manos tocar el interior de sus muslos y cómo la colocó un beso en su sedienta entrepierna. Separó el rostro de ella mientras la miraba con esos ojos negros, ávidos como tempestades. Se llevó las braguitas consigo y dejó ver su intimidad abierta completamente para él. Se acercó a ella, tiró su ropa interior sin cuidado alguno.

- No deberías parar, deja que yo continúe.

Le sentía dentro de ella, sentía su mano introducirse dentro y acariciara una y otra vez, mientras con su lengua dibujaba círculos en su clítoris. La firmeza de sus caricias, el empuje y la decisión eran las mismas que en la película, deseosa de más se atrapaba los pechos y los apretaba. El ritmo aumentaba, sentía su abdomen tensarse y relajarse, se movía hacia él, parecía una serpiente, oleadas de placer inundaban su cuerpo. Cerró los ojos y jadeó. Gemía y gritaba ansiosa de más.
- No te cohíbas, Diana, te deseo.
Gritaba que me diera más, solo deseaba que me hiciera sentir más.
Estaba tan mojada que empecé a moverme y frotarme siguiendo las súbitas ráfagas de placer, agarré su rostro por un segundo, pero me apartó.
-Tan solo disfruta, pequeña.
Ya estaba preparada para recibirlo todo dentro de mí. No esperé y el sudor se confundió con los hilos de líquido que se deslizaban por el interior de mi muslo. Llegué al éxtasis a horcajadas galopando y sintiendo su aliento entre mis piernas, su lengua torturándome y sus manos poseyendo todo mi cuerpo.
-¡Áh! ¡Aaahh!
Todo terminó, aún seguía con convulsiones esporádicas cuando se separó de mí vagina, se tumbó encima de mí aplastando mis senos con su pecho, estando nuestras bocas a unos milímetros seguía jadeando débilmente y respirando su ardiente aliento me confesó que me deseaba desde el día que vino a vivir conmigo. Su boca abrasó la comisura de mis labios en un violento beso y mi lengua buscó impulsiva la suya para devorándonos.





Musa.

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Buenas, en este blog encontrareis post relacionados con literatura, relatos, eventos, etc. De escritoras, principalmente dos: mi querida Phyran, y yo, Musa.
Esto ha sido creado ante la insistencia de una muy buena amiga, que además es mi increible relaciones públicas y como finalidad para vosotros, que seguramente os haya dado esta dirección para leer relatos eróticos.

Espero que os guste y por favor, dejad comentario, se admite cualquier opinion que no sea hiriente o degradante.

Phyran y Musa.

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