El Autobús.

Con el corazón en un puño me dijiste que quedásemos. Hacia ya dos años que te conocía y nunca había visto una foto tuya, sin embargo, sabía como eras, porque estabas en mi mente. Castaña, morena, quizás de la misma altura que yo, pocos centímetros más. Ahora tenías el cabello liso, lo se, y largo, tu me dijiste que ya te había crecido que ya no estaba corto y rubio como antes. Castaño natural, también eres del color del café bombón. Unos labios carnosos, pero perfectos, encajaban en tu precioso rostro perfectamente.
Si, sin duda serías así, estoy segura. Tú ya me conocías, pero solo fue esta última vez, que viste una foto mía, en la que estaba poco agraciada “en verdad que eres hermosa” me dijiste, espero que sigas pensando eso mañana en la noche.
Dormí hasta tarde y tome una larga ducha al despertar. Caminé desnuda por la casa, -total mi compañera de piso es heterosexual y ni siquiera la importa mientras no toque sus cosas- las ventanas estaban abiertas y la brisa me traía un frescor a jazmín, las flores del jardín, siempre florecen de noche. La luz se estaba ocultando en el horizonte, aún se veía como un día nublado, pero pronto las farolas se encenderían y los transeúntes caminarían hacia sus casas a resguardarse de la noche.
Poco a poco me fui vistiendo, casi era rituálico, comencé eligiendo la ropa. Solo tomaríamos un café, o... ¿me llevarías a tomar algún trago? Puede que a algún club nocturno que te agradara, o tendrías miedo por mí y estaríamos en el pequeño estudio que habías alquilado. Demasiadas preguntas en mi cabeza. Primero me mire en el espejo interior del armario y luego la ropa. ¿Provocativa? ¿Casual? ¿Atrevida? ¿Quizás... zarrapastrosa...? Yo siempre iba zarrapastrosa, ir de otra manera seria fingir, y ella lo sabría pero, tampoco podía dejar que me viera de esa guisa. ¡Qué difícil! Vale, comienzo por la ropa interior, es más fácil, esa ya la había decidido el día anterior. El conjunto de intimissi, rojo a contraste con mi blanca piel, de encaje y culote. Mucho más sensual que un tanga. Botas las negras, nunca me las ponía pero quedarían bien si, y... la camiseta negra de lycra, de manga larga y un leve escote. Quiero algo que quede bien en la parte de abajo, ah, que diablos venga ¿tan mal iría así? Si, bueno, esta bien, andar semidesnuda por la calle no es decente. La falda burdeos de encaje. Todo listo.
El maquillaje, una sombra blanca y lápiz negro, y brillo en los labios rojo, al fin y al cabo... quiero ser tentadora.
No me llevo bolso porque prefiero no llevar nada, no se como irá la noche.
En el autobús comencé a morderme las uñas. Estaba mucho más nerviosa de lo que pensaba, los nervios me hacían temblar, las piernas no me respondían y en los labios no me quedaba carmín, no dejaba de mordérmelos. Tuve valor para bajar del autobús. Si había gente por la calle, era sábado y me cruzaba con grupos de jóvenes. Hasta que llegué a la plaza de la puerta del Sol, allí habíamos quedado, pero no sabía donde estarías, claro que después de tanto tiempo juntas sabía donde debía encontrarte en cuanto vislumbré el autobús de donaciones.
Y es que no eras tan caritativa como ellos pensaban, subí las escaleras y vi una mujer recostada encima de otra.
-Hola, Gabrielle. Te saludé
Tenías el cabello suelto, un pantalón vaquero ajustado a tu perfecto trasero torneado y una camiseta de tirantes granate, oscura como tu piel. Me deleitaba con la vista y el olor a sangre que inundaba el recinto, levantaste el rostro espaldas a mí, vi como te limpiabas con el brazo y te girabas. La sangre aun goteaba de la comisura de tus labios y caía hipnotizadora en las lindes de tu pecho, descubierto por el escote de la camiseta.
Me miraste con cuidado de abajo arriba, cual cazador desnudando tu presa, la sangre seguía cayendo y se escondía entre tus senos.
Eché una furtiva mirada al cuerpo del que se había alimentado. Miró después ella descarada se acercó hasta mí lenta y acompasadamente, el contorno de sus caderas y su figura de reloj de arena me devoraba la cordura. Puso su mano en mi cintura y se mordió el labio mientras olía mi cuello. Estaba tan cerca de mi...Sentí mi cuerpo arder en ese instante.
Se acercó aún más con todo su cuerpo, pegado a mi ya no había espacio entre ambas seguía observando mi cuello. Su aliento me hacía excitar y oleadas de calor me atravesaban.
-No te preocupes por ella Musa, ya está muerta.
Tiene una voz encantadora, sensual, profunda y pose un acento entre lo exótico y cantarín. Miraba al vacío intentando no parecer tan excitada como estaba pidiendo que el rubor de mis mejillas se disipara y que mi corazón dejara de cabalgar tan azoradamente. Sentía mis labios carnosos y enrojecidos me lamí suavemente sin perder la calma intentando que no se diera cuenta. Entonces caminó hacia la puerta del autobús y miró fuera, observé como la cerraba pulsando un botón del conductor y guardaba el cadáver en la cámara frigorífica. Yo la esperaba recelosa de moverme, no sabía que sentir era la primera vez que la veía, era tan intensa, tan fuerte y ágil en todos sus movimientos que yo solo me limitaba a observar como ocultaba nuestra presencia al resto en un descampado a las afueras de la ciudad.
Me exalté con su llamada, estaba de nuevo tan cerca de mí, a mi espalda, volvió a posar su mano sobre mi cintura, pero tocó la tela de mi falta, jugueteando con los bordes y la otra también la posó. Poco a poco sentía la mano libre subir mi costado. Comenzó a rozar mi pierna muy despacio acariciaba mi muslo con su mano, luego con las uñas delicadamente subiste un poco mi falda hasta que desapareció entre mis piernas. Seguía sintiéndola más que antes, cuando comenzaste a rozar mi parte intima por encima de la braguita, arriba y abajo con más fuerza. No podía evitar respirar tan aceleradamente, la excitación aumentó cuando la otra mano agarró mi pecho con fuerza y su tacto me hizo endurecer los pezones. Agarré tu mano con fuerza y agitada, y entre las dos nos despojamos de la falda y el culotte. Sentía el ardor de mi entrepierna y la fiereza de tus gestos, como me recorres, aprietas cada curva de mi cuerpo y yo me estremecía tanto que te aferré las manos a mi pecho y te obligué a asirlo, exprimirlo, manejarlo quería sentir tus manos en mis senos, acariciándolos y tener tus labios besando mi pecho torturándome sintiendo tu calor. Acaricias mi pecho, subes poseyéndome hasta el cuello que acaricias y retirándome el cabello lo besas con una dulzura que me extraña en ti, subes aún más hasta mis labios que te desean. Introduces dos dedos dentro de mi boca y comienzas a juguetear con mi lengua, humedeciéndotelos. Te muerdo. Chupo con intensidad el líquido que sale de ellos, tú gimes entre el dolor y placer pero después me dedicas una carcajada. Sigues apretando tu cuerpo y el mío y siendo tus pechos y tu cadera clavándose en mí, queriendo atravesándome. Guío tu mano a mi entrepierna de nuevo rozo con ella mi pequeño triángulo, pero te zafas y ahora bajas un poco más el roce es más largo, mucho más intenso estoy húmeda por ti. Deslizas tus dedos en mi interior, y comienzas a subir y bajar dentro de mí, masturbándome, tocas mi clítoris en círculos lo acaricias cada vez con más intensidad. Y yo loca, gimo y me retuerzo, me aferro a tus manos para no caer pero cada vez las olas de placer aumentan de intensidad. Sigo apretándome a ti, rozándome. Mi pulsación se acelera, mis sentidos están más vivos que nunca y siento tu pecho acompasando el mío y, de nuevo otra oleada de placer sube por todo mi cuerpo. Sueltas mi pecho y afanas mi cadera empujándome con una mano y con la otra torturándome con un vaivén de éxtasis con golpes de goce. Deleitándome con cada roce, con tus acertadas caricias llego finalmente al culmen de mis sentidos embriagados por el éxtasis.
Empotradas contra una de las mesas, me sujetabas a cuatro patas mientras que estabas aún detrás de mí. Entonces lentamente sentí tus pechos apoyarse en mi espalda y el calor de tu vagina en mi trasero, tu aliento se hizo más intenso en mi nuca y sentí la presión que penetraba en mi cuello tan intenso y doloroso como dos agujas, mi propia sangre corría por todo mi cuerpo y me bañaba en suculento almizcle. Rajaste mi camiseta con la mano que tenías en mi espalda y rompiste el sujetador emitiendo un ruido de fiereza.
-Quiero poseerte. Ábrete para mí.
Musa.